patito

jueves, 26 de agosto de 2010

RAYMOND CARVER: El escritor agazapado en la metáfora


Carver sencillamente es magistral. El relato ha tomado una forma a lo carver por su culpa, el relato actual tiene todo que ver con su influencia. Cortázar marcó al relato para siempre y Carver le volvió a dar vida y a resignificarlo con su literatura. Su sello personal es perceptible en cualquier texto que llegue a nuestras manos. La dureza de lo relatado se encubre en una metáfora casi indiferente y llena todos los espacios. Al mismo tiempo, el vacío carveriano aniquila los sentidos de los lectores. Leer un cuento de Carver es buscar un tesoro, para los más activos y para los otros, esperar. Soy impaciente, está a la vista, no lo oculto, y Carver me torturó con sus metáforas de situación desde el primer momento en que llegó a mis manos Catedral. Con él descubrí que me gustan los acertijos , las frases que transcurren sin aparente sentido, sin llevarnos más que a más y más trama. Su genialidad está detrás de todas esas imágenes que crea y los contextos en los que aparecen sus personajes. Su genialidad es la simpleza de lo profundo. La anécdota fatal que marca para siempre nuestras vidas. En sus relatos los personajes viven. Hacen, dicen, piensan. Pero al final el relato no es lo que hacen, ni lo que dicen, ni mucho menos lo que piensan. ¿Dónde está el tesoro más preciado?. ¿Dónde esconde Carver ese contenido que esperamos ansiosos? (lo esperamos ansiosos los ansiosos). Es el típico hombre que no me da el gusto nunca y aún así accedo a verlo una y otra vez. El ritmo es un capítulo a parte en este escritor. Por momentos parecería que ignora que existe. Todo empieza a empastarse, aplastándose las escenas unas con otras, y nosotros las exprimimos y no sale jugo alguno. Y el masacote literario no pasa con facilidad por la garganta. Lento y denso se deja fluir en la anécdota. Como si el gran bocado de ficción se desvistiera de pronto para desnudo deslizarse por nuestro aparato digestivo. He mordido su literatura, como la manzana de Eva. He pecado porque Carver me seduce sin remedio. No me importa perder el paraíso. (Muchos lo tienen y no lo eligen intencionalmente) No me importa ser juzgada por la humanidad entera de ahora en adelante. Soy Eva y Carver el árbol de las manzanas, colmadas de ingeniería literaria. Y mientras mastico la fruta jugosa y creo que finalmente lo tengo todo, Carver sonríe desde su sillón, en algún lugar lejano, con malicia.

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