patito

martes, 24 de agosto de 2010

EUGENE O ' NEILL: Un largo viaje hacia el centro del alma humana


Fue en el colegio secundario cuando descubrí quién era Eugene O' Neill. No puedo decir más que caí rendida, como agotada después de una sesión de sexo extenuante. Si hubiera podido lavar sus pies como forma de agradecimiento por su arte, lo hubiera hecho. El dramaturgo más áspero que he leído, incluso mucho más áspero que Beckett, y eso es decirlo todo, atravesó mi alma por completo. La inmoralidad del alma, así como él la presenta, da miedo. Nos deja en la soledad más aterradora, como si fuera una lugar oscuro, húmedo y desconocido por horas. La misera de los corazones humanos, en esa psiquis retorcida que sólo busca vincularse con otros para propagar su miseria, abruma. Cuando me encerró en ese espacio lleno de miedo me tuve que hacer fuerte. Le agradezco profundamente haber transitado lo oscuro del alma humana a mis 16 años. No me aturdió por completo, me dejó viva para disfrutar su poder de expresar con claridad aquello asquerosamente conocido por los seres humanos. Decirlo es crearlo. Eugene lo dice todo sobre la limitación, el dolor, el egoísmo y el desamor. Crea un universo abierto a más y más podredumbre y a la vez enriquece al lector que al terminar de leer su obra respira y se siente confiado. ¿Qué nos hace sentir así luego de introducirnos en una realidad tan cruel del alma humana?. Le di muchas vueltas a esta pregunta. Nada. Nada parece entregarnos para que nos sintamos ilógicamente a salvo.

Quizás Eugene nos cuenta lo que no deseamos ver para vivir la realidad como deseamos que sea. Él nos regala ficción, nosotros le imprimimos realidad y ahí estamos a salvo. O no. Todo lo contrario, nos quedamos envueltos en la capa fina de la miseria más horrorosa, de los sentimientos más mezquinos que un ser pueda sentir y volvemos cubiertos con esa capa de enfermedad idealmente inmunizados. No lo tengo claro. Eugene no tiene pluma, carga una pesada espada que puede rozarte tan sólo y abrir una herida de años. Yo he sido herida fatalmente y me siento afortunada. En alguna vida podré hacer mi sueño realidad: tomar sus pies de escritor, blancos y tibios, acercarlos lentamente a la pila llena de agua fresca y enjuagarlos complacientemente.

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