patito

sábado, 9 de abril de 2011

CARNICERÍA

Había despertado pensando que era viernes. Era viernes.
Tenía un presentimiento agudo, golpeándole en la nuca, al salir de la cama y al lavar su cara. El agua empapaba ese rictus conocido, y el presentimiento crecía. Quiso dejar de pensar. Pensaba igual. En la cocina descubrió que no había café. El rictus se acentuó notablemente.
La cola de la carnicería era una fila interminable de señoras de otros, de conversaciones babelizadas sin Dios. Esperó porque quería, sin necesidad, porque quería. Escuchando todo tipo de predicciones y críticas apretando los dientes y sosteniendo el papel con el número de su turno. Le dolía la cabeza de tanto luchar contra el presentimiento. Le dolían las piernas de esperar en la cola. El carnicero estaba solo esa mañana sin su ayudante. El espacio se hizo pequeño, asfixiante. El banco de madera, dentro del local, estaba ocupado por varios niños desterrados por sus madres, abandonados que miraban el mostrador con los cortes de carne azorados, con temor.
Lo inevitable estaba siempre a su lado, no podía negarlo. Lo irreductible, en el pensamiento, junto con la predicción, golpeando, pidiendo con violencia salir. No quería dejarlos ser. Avanzaba la cola. El ventilador de techo captó su atención, se movía repartiendo telarañas y poco aire fresco. Todo allí estaba fuera del espacio predecible, en otoño con ventilador de techo, él con su chaqueta vaquera y el carnicero con una camiseta de tela finísima que se dejaba ver debajo del delantal. Algunas señoras reían y sus voces le parecieron timbres de colegio. Timbres de reloj despertador. Timbres sin sellos. Esperó porque quería.
Cuando llegó su turno, pidió lo de siempre, pagó y se fue.
De camino a su casa, el presentimiento había desaparecido. Era un viernes como el anterior y como cualquiera, y sacudió sus alas transparentes sintiéndose aliviado.

PATRICIA BUSTELO
Abril 2011

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