patito

miércoles, 13 de abril de 2011

Ferretería

El salón estaba repleto de cajas medio abiertas, amontonadas entre algunos muebles que parecían no acostumbrarse a su nuevo lugar. Tirada en la cama, sobre el colchón, con la ropa puesta, estaba descansando unos minutos en su nueva casa. Los de la mudadora se habían ido. El silencio era total. Tenía que abrir las cajas, vaciarlas, colocar las cosas en armarios y vivir. No tenía fuerzas para hacerlo. Recostada en ese colchón sin sábanas, la habitación tenía el olor intenso a pintura fresca en las paredes, y las cajas se volvían monstruos, plagas. Antes de las cajas, antes de ese sábado de mudanza, había otra casa, otra vida. Antes sólo era antes, y ahora constituía una unidad de tiempo diferente y ajena. Pensó que antes era una unidad de tiempo conocida, y que ahora no le pertenecía. Las cajas eran espacios que contenían objetos de diferentes momentos de su vida, encerrando el tiempo y mostrando la majestuosidad de todo lo inexorable.

Recostada en la cama observó las paredes, cómo la luz hacía dibujos entrando a través de la persiana, la falta de cortinas, el techo sin bombita de luz, y pasó la mano por su frente, acariciándose el pelo. Lo primero que haría cuando se levantara, sería colgar la ropa, luego colocaría en su sitio a los utensilios de cocina y lo más importante lo dejaría para el final, colgar las fotos. O no. Al pensar en su plan se dio cuenta de que no tenía herramientas. De pronto sentía una urgencia por tener martillos, clavos, destornilladores, objetos que nunca habían sido parte de su vida y que casi siempre los vio en manos de otros. Calculó la hora y se dispuso a buscar una ferretería en el nuevo barrio para hacerse con esos elementos. En la puerta de su casa, mirando a derecha e izquierda, decidiendo a dónde caminar para iniciar la búsqueda, era otra. Los barrios nuevos tienen esa sensación de vértigo, ese espacio sin mapear, sin reconocer en la memoria daba miedo. Los olores, las caras, eran para ella de otro mundo, y le parecía extraño que hubieran podido existir todo el tiempo mientras ella, antes, vivía en otro barrio, en otros espacios conocidos. Se decidió por la izquierda. No se equivocó. A dos calles de su casa nueva, la ferretería ocupaba una esquina frente a la plaza. Al cruzar, tuvo un escalofrío, pero no le dio importancia. Dentro pidió varios elementos, los pagó y se fue. Cargando la bolsa de nylon se sentía más segura, como si llevara un arma. Pensó que tener un arma sólo tenía sentido cuando se tenía un enemigo y buscó en su mente posibles candidatos. Las caras se sucedieron en segundos en su mente, repasando anécdotas, mientras caminaba de regreso a su casa, y se sonrió al ver que no encontraba a nadie concreto a quien hubiera atacado con su nueva arma.

-No soy nadie-murmuró poniendo la llave en la cerradura.

Buscó la caja que tenía el cartel que decía cuadros y fotos. La abrió con el filo de la tijera, sacó dos marcos de madera pintados de rojo y miró a su alrededor. Los apoyó en la pared del salón, la que estaba frente a ella, luego los apoyó en una pared del pasillo y le pareció mejor. La bolsa de nylon había quedado en el suelo, justo al lado de la puerta de entrada. Sacó el martillo y dos clavos. Cuando terminó se quedó mirándolos, recordando esos momentos. Su expresión sonriente, en el primero, le devolvió la sensación de pertenencia que le faltaba. En el otro cuadro, se la veía de perfil, en blanco y negro, pero esa no tenía un recuerdo tan sencillo de encajar en su casa nueva. Ese quedaría suspendido para después. Se dio cuenta que ningún cuadro podría reflejar mejor lo que era ella en ese momento más que un espejo. Buscó el espejo en la misma caja en que estaban las fotos y eligió un lugar para ponerlo. El martillo era pesado, el mango de madera estaba pintado de azul y tenía dos hileras cerca de la cabeza de metal blancas como si fueran dos anillos. Buscó otro clavo y colgó el espejo. Se miró, hizo muecas, intentó una sonrisa forzada, exagerando los gestos y repitió frente a su propia imagen: No soy nadie.

Después abrió las cajas de ropa y la de utensilios de cocina, y mucho después hizo la cama con sábanas y acolchado de flores para dejarlo todo atrás.

Patricia Bustelo-Abril 2011

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