patito

miércoles, 30 de junio de 2010

EDIPO

EDIPO

Hoy soy Edipo. No importa a donde vaya siempre estoy frente a la esfinge, expectante. Estoy maldita. Me sonríe y la dejo sonreír, esta vez voy a cambiar mi destino para siempre y ella no lo sabe. Voy a hacerle una pregunta, una sola, para ponerla en mi lugar por una vez. Que sepa lo que se siente estar del otro lado, siempre teniendo que descifrar los enigmas que se suceden sin remedio.

Tengo la ropa y la piel cubiertas de barro. La arena me quema los pies, los roza, áspera. El barro está seco, se vuelve tirante y me pican los brazos. La esfinge sigue sonriéndose. Por un momento pienso que sabe de donde vengo. Me da miedo porque no quiero que nada revele mis intenciones. Yo prefiero callar. Mirarla fijo y desafiarla por una vez. Sé que si lo logro voy a ser otra y no este Edipo en el que me convertí sin darme cuenta.

Entro en el edificio y subo las escaleras inmensas. Los escalones son espacios sin límites en donde me pierdo. Es curioso, antes eran sólo escalones. Hace un tiempo que tengo miles de horas que cuelgan de mi cuello. Dejándose caer como pesos muertos. Cuando entro a mi departamento, se deslizan por mi espalda, arañándome. No puedo más y me tiro en la cama ensuciando las sábanas con el barro que llevo pegado a mi ropa. Me siento cansada, sobre todo de evadir la sensación de cansancio haciendo más y más cosas todo el día y llenándolo todo de palabras cuando estoy con otros. Sabiendo que todas las noches me espera la esfinge y tengo que dar respuestas.

El enigma me tiene atrapada. Quiero ser Edipo sin Edipo. Negarme. Esa idea recorre mis días, en el trabajo y sobre todo cuando estoy sola en mi piso. No sé cómo es que llegué a ser Edipo pero lo soy. Edipo revuelve en el barro buscando respuestas que se alejen de las predicciones de los oráculos, que evadan el destino que lo determina. Puedo verme revolver en el barro buscando en forma frenética lo que no veo, lo que se me escapa todo el tiempo. Sólo hay barro. Me levanto y voy al baño. Abro la ducha y me meto bajo el agua tibia con la ropa puesta. El barro se vuelve agua oscura y me recorre la piel. Cierro los ojos, y el agua se desliza sin permiso por mi cara y mi pelo se vuelve pesado. Me quedo una hora bajo el agua purgando mi dolor. Mientras, las últimas horas, que me quedaban colgando del cuello, terminan por irse junto con el agua. Sin tiempo, ni pasado, estoy preparada para enfrentarme a la esfinge. Este es el momento.

Me paro desnuda frente al espejo de mi habitación y me observo todos los rincones del cuerpo. Me resulta difícil decir quién soy. Aunque me esconda soy Edipo. Nadie lo sabe pero me duele. La veo en el espejo, está siempre ahí con esa media sonrisa. Trato de no pensar demasiado, hay un coro en la habitación que anuncia mi fracaso. No quiero escucharlos más. Pregunto sin dudar. Ella transforma su sonrisa en una mueca que me da miedo y el espejo se quiebra en mil pedazos. Cubro mi cara y mi cuerpo de los vidrios que saltan disparados por la habitación. Cuando vuelvo a abrir los ojos no queda más que un trozo de espejo intacto en donde lo veo, está Edipo desnudo sin certezas. Tomo el pedazo de espejo y me corto la cara haciendo un tajo largo que la cruza para siempre para que todos lo vean y para seguir recordando.


PATRICIA BUSTELO
Septiembre 20003

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