patito

domingo, 6 de febrero de 2011

Arthur Miller: Todos eran mis hijos


Arthur nos tiene acostumbrados a la mirada aguda en materia de temas sociales. Todos eran mis hijos nos coloca una vez más dentro de ese prisma milleriano en donde el problema inicial es la punta de un iceberg. Joe hizo negocios durante la guerra, ganó dinero y posición social a costa del fraude y la muerte. Una vez que llegamos al conflicto verdadero sabemos que no habrá vuelta atrás. Los muertos en la guerra han pagado con sus vidas la fortuna de Joe y su familia. Qué futuro podrán tener aquellos que viven una vida prestada sustentada en la muerte de otros?.

La sociedad americana dice que somos lo que tenemos y cuando lo que tenemos se funda en la muerte de otros somos eso, y nada más. El conocimiento pesa mucho más que cualquier espada sobre la nuca, afilado y letal conduce a un desenlace inevitable: suicidio de Joe.

Los personajes son perfectos en la línea de Miller, delicadamente perfilados, sean principales o secundarios, acompañanan el argumento sustentando la idea de que la hipocresía ha invadido por completo esa sociedad enferma en donde el ser se ha perdido.

Las mujeres, como suele hacer el dramaturgo, son elementos vitales a lo largo de la trama, la esposa de Joe sostiene el peso del drama porque esconde la verdad y es el pilar fundamental de esa construcción sucia que han llevado adelante como familia. Abnegada, apoya a su marido en la empresa más cruel y carga con el peso de la responsabilidad con más frialdad que el propio Joe. Miller nos dice que alguien debe morir y así sucede con Joe y alguien debe vivir y dejar huella de lo sucedido, y lo hace con la esposa de Joe.

La justicia poética de Miller parecería dejar la situación equilibrada, repartiendo culpas y purgando la corrupción.

Los soldados que mueren en la guerra para sostener esa vida norteamericana pesan sobre todos los que permanecen vivos en sus hogares y pesan aún más en el hogar de Joe ya que su empresa ha vendido piezas para aviones averiadas a sabiendas. Joe ha perdido un hijo en la guerra, Larry, que se ha matado sabiendo que su padre había estado involucrado en la venta fraudulenta. Entonces, Joe comprende al leer la carta que revela la ex novia de su hijo suicida, que ha matado a su hijo por no asumir que todos los soldados de esa guerra eran sus hijos. Miller llama la atención de la población haciendo que todos reflexionen sobre las vidas de los que los representan en pos de un discurso político que asegura que esos conflictos bélicos son necesarios para preservar a la sociedad y su reproducción.

Miller da una vuelta de tuerca e indica algo muy violento que el enemigo está en casa. Los asesinos de esos soldados no son sólo los extranjeros contra los cuales luchan, sino el poder económico de una clase social en ascenso que se sube sobre sus cadáveres para seguir y construir.

La puesta que está actualmente en cartel en el Teatro Apolo, con Lito Cruz a la cabeza, es prolija y armónica. Respeta a Miller de principio a fin. Lo que sentí ayer al verla será inolvidable. Una vez más ha podido conmigo Arthur haciéndome pensar y crecer, ser mejor.Pero luego de ver la obra todo tipo de pragmatismo fundamentalista queda descartado para mi vida en todo sentido, haciéndome responsable de mis acciones ya que tenemos pactos sociales y lo que decida repercutirá en otros a su vez.

La experiencia Miller nos hace otros para siempre.

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