Por casualidad, y en el peor de los momentos, recordé a la artista porno enana. Rubia de bote, paticorta, naturalmente, y con poco pecho. Ese pechito en punta de paloma, ese pechito casi infantil que me da pena. Ahora que la recordé no podré quitármela de la cabeza en todo el día. ¡Maldición!.
Mientras me sirvo café y leo una revista, la enana se cuela. No tengo demasiada fuerza para quitarla, arrojarla a la trituradora de papel. La veo en foto, en video, la veo todo el tiempo. La artista porno enana tiene una musculatura envidiable, como una pequeña fisicoculturista se contornea en la cama, al tomar el miembro entre sus manos y acercando su boca con lascivia exagerada. Pienso que exagera para sentirse más grande. Definitivamente no es una marca de dirección. Le perdono el grotesco, le perdono las venas hinchadas de sus ante brazos, le perdono el pelo quemado por miles de tinturas de mala calidad, le perdono los zapatos de tacón brillantes, con purpurinas de muñeca. Doy un mordisco a la tostada, y mastico como una autómata para borrar señales fuera de esa rutina. Me engaño siempre con las mismas tonterías. Menos mal que nadie lo sabe. Sonrío apenas al pensarlo y entra la enana, empujando sin educación, me toma la mano, me mira a los ojos y me pide más. Su boca húmeda me da asco y cierro fuerte los ojos, sigo cerrándolos.
Patricia Bustelo
Noviembre 2011
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