patito

lunes, 16 de enero de 2012

Dejen de decir pavadas

Salió corriendo, sin dirección. El calor era tan intenso que los árboles tenían las hojas caídas, mustias. Corría inercialmente, por esas calles de piedra, estrechas, de ese pueblo desconocido. Sudando llegó hasta el templo, y allí, se detuvo. El aire fresco venía de dentro, oscuro y sombrío, pero fresco. Lloró por primera vez, amargamente, en silencio. Nadie lo escucharía, todos estaban dentro de sus casas, y aún así contuvo la congoja. Era un pueblo abandonado y él se abandonaba a su dolor. Su camisa estaba húmeda por el sudor, su cabello se pegaba a la nuca, le picaba la piel. Entró decidido y dentro del templo, gritó hasta quedarse sin voz.

Patricia Bustelo
Noviembre 2011

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