patito

lunes, 16 de enero de 2012

Dejen de decir pavadas

Salió corriendo, sin dirección. El calor era tan intenso que los árboles tenían las hojas caídas, mustias. Corría inercialmente, por esas calles de piedra, estrechas, de ese pueblo desconocido. Sudando llegó hasta el templo, y allí, se detuvo. El aire fresco venía de dentro, oscuro y sombrío, pero fresco. Lloró por primera vez, amargamente, en silencio. Nadie lo escucharía, todos estaban dentro de sus casas, y aún así contuvo la congoja. Era un pueblo abandonado y él se abandonaba a su dolor. Su camisa estaba húmeda por el sudor, su cabello se pegaba a la nuca, le picaba la piel. Entró decidido y dentro del templo, gritó hasta quedarse sin voz.

Patricia Bustelo
Noviembre 2011

Daba bronca

Daba bronca, que indefectiblemente, en los cuentos orientales alguien siempre aprendiera algo. Daba bronca, que pasara lo que pasara siempre tuviera un motivo. Su vida no era un cuento oriental, estaba claro. Sumando y restando horas, la cuenta no daba. Daba incluso más bronca, que en los cuentos orientales los personajes estuvieran vivos de la mejor forma, sin existir, y sin embargo vivos. Él no era un personaje de cuento oriental, sin dudas. Con su caminar vulgar, de vida vulgar y sin detalles simbólicos. Se representaba a sí mismo real, alejado de cualquier metáfora profunda. Daba bronca, que los cuentos orientales le gustaran tanto, y al cerrar el libro, todo ese mundo de olores y paisajes lejanos, se escondieran en algún lugar hermético. Caminando y sin más, daba bronca. La vida le debía esa oportunidad y él la reclamaría, a su tiempo.

Patricia Bustelo
Noviembre 2011

Chaqueta marrón


Entre las hojas del libro se dejaba ver un poco de tela marrón que reconocí inmediatamente. Era su chaqueta la que asomaba irregular, arrugada, haciendo que el libro no se pudiera cerrar.
Imaginé que se había tirado adentro y que su chaqueta se había quedado desafortunadamente atascada. Tironeé un poco de la tela y no logré sacarlo, estaba dentro, muy dentro. Insistí, no podía resignarme, y la tela cedió bruscamente hasta mi, pero sin él.
Me quedé mirando la chaqueta vacía y la arrojé con furia sobre el sillón. Jamás volvería. Por la noche no tenía noticias, me desvestí despacio y tomé el libro entre mis manos. Quemé las horas arrancando cada una de las hojas de ese libro. Quemé las hojas también, que reducidas a cenizas cubrieron mis piernas, pintaron mi cara y lloré.

Patricia Bustelo
Noviembre 2011

Nada es a propósito

Arrancó las cortinas mientras caminaba por la casa nerviosa, respirando agitada. Se tropezaba con la tela que hecha un bollo, iba pisando sin querer.
A través de la ventana, el vecino la miraba, desde su balcón, con su cigarrillo en la mano, dejándolo consumir, adivinando lo que ella sentía. Se detuvo para mirarlo también. Fueron segundos, y él entró después de tirar el cigarrillo a la calle. Con las cortinas en sus manos, observó cómo caía encendido, estrellándose en la vereda. No se apagó. Humeó incluso un poco más como algo pendiente.
No fue por el cigarro, ni por nada en particular. No fue por la molestia de la tela arrastrándose, incontenible, desbordando de sus manos. Se asomó al balcón, dejando medio cuerpo colgando en la baranda de metal y arrojó las cortinas que cayeron haciendo olas en el asfalto.

Patricia Bustelo
Diciembre 2011