patito

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Una porno

Por casualidad, y en el peor de los momentos, recordé a la artista porno enana. Rubia de bote, paticorta, naturalmente, y con poco pecho. Ese pechito en punta de paloma, ese pechito casi infantil que me da pena. Ahora que la recordé no podré quitármela de la cabeza en todo el día. ¡Maldición!.

Mientras me sirvo café y leo una revista, la enana se cuela. No tengo demasiada fuerza para quitarla, arrojarla a la trituradora de papel. La veo en foto, en video, la veo todo el tiempo. La artista porno enana tiene una musculatura envidiable, como una pequeña fisicoculturista se contornea en la cama, al tomar el miembro entre sus manos y acercando su boca con lascivia exagerada. Pienso que exagera para sentirse más grande. Definitivamente no es una marca de dirección. Le perdono el grotesco, le perdono las venas hinchadas de sus ante brazos, le perdono el pelo quemado por miles de tinturas de mala calidad, le perdono los zapatos de tacón brillantes, con purpurinas de muñeca. Doy un mordisco a la tostada, y mastico como una autómata para borrar señales fuera de esa rutina. Me engaño siempre con las mismas tonterías. Menos mal que nadie lo sabe. Sonrío apenas al pensarlo y entra la enana, empujando sin educación, me toma la mano, me mira a los ojos y me pide más. Su boca húmeda me da asco y cierro fuerte los ojos, sigo cerrándolos.

Patricia Bustelo
Noviembre 2011

No cambió de asiento

Le pedí que al hablar no me escupiera. Se hizo un silencio y pensé incluso que se iba a cambiar de asiento. No hizo nada. Me sequé la cara con la manga de la chaqueta, con aires de falsa superación, me acomodé en la silla y miré hacia adelante, ignorándolo. Él ya me ignoraba hacía rato. Me inventé que era yo la que tomaba las decisiones, la que luchaba, la que sufría. Me inventaba todo.
Mirando hacia adelante, la vida parecía otra. Si realmente me concentraba en los objetos, en los pasajeros del tren que caminaban por el pasillo, buscando asiento, ventanas abiertas para respirar mejor, la vida parecía otra de verdad. Luego, cerrando los ojos era la que yo sentía, la inventada.

Sentí frialdad en su cuerpo (es una sensación que experimento con frecuencia, sintiendo los músculos del otro tensos, o demasiado relajados) y me dolió algo adentro. Miré hacia el costado, cómo buscando una calle, despreocupada, y hubiera gritado con todas mis fuerzas, pero no sabía qué y no podía pensar porque el tren con su ritmo me descolocaba, el tren en su cadencia, desplazaba mi angustia que corría, fluía rápido, a destiempo, y pensé en decirle algo, aunque ya era conocido por los dos que era inútil hablar.

Hubiera jurado que mirando hacia adelante podía entrar en la vida real, en la que todos se movían al compás de la materia, de la naturaleza y del aire. Hubiera pedido de rodillas entrar. Pero cerré los ojos. La vida inventada era mi única alternativa.

Patricia Bustelo
Noviembre 2011