patito

sábado, 29 de octubre de 2011

Ocho vidas


Tenía la certeza de que en una cajita de madera pequeña, con cierre de metal oxidado, estaba guardada su esperanza.
No la quería abrir.
Da miedo la felicidad.
Conservó la cajita por años, cerrada, llevándola a todas sus casas, sus ocho casas en ocho años.
Y estaba ahí. Siempre a su lado en la mesita de noche, acomodada en un rincón. Sus ocho vidas de cristal nada tenían que ver con la cajita de madera envejecida. Sus ocho vidas repetidas, acumuladas en ocho grandes álbumes de fotos. Sus ocho vidas sin prestar, más propias que nada en el mundo, contenían a la cajita como si fueran ocho vidas de madera.
Pero no lo eran.
O todo lo contrario.
Algún día abriría la cajita, algún día pero no esa tarde.

Patricia Bustelo
Octubre 2011

domingo, 23 de octubre de 2011

Un don


Cuando tenía ocho años descubrí mi don. Mi casa comenzó a llenarse de gente que venía recomendada por otros conocidos y por otros desconocidos. Algunos lloraban al pie
del sillón a dónde yo me sentaba, los miraba fijamente y trataba de borrarme sus caras. Otros, simplemente me miraban a mí, esperando algo diferente a una niña y yo me sentía más pequeña aún, como queriendo disfrazarme de sillón, desapareciendo en él.
Mi madre había aceptado con total naturalidad mi don, sin preguntas, sin reproches y casi encantada. En cambio, mi padre, no me hablaba demasiado del tema, parecía tener cierto temor. Luego murió, repentinamente para todos, pero no para mí, y se fue con su secreto.

La tarde en que le conté a mi vecinito acerca de mi don me sentí importante. Me gustaba con locura y fue la única vez en que me sentí su centro de atención. Se había acercado a mí cuando estaba sentada en la vereda,tenía una margarita que había arrancado de una de las macetas del patio de la entrada de mi casa y la estaba mojando con el agua de la zanja. Se sentó a mi lado, casi rozando su rodilla con mi pierna, y me lo preguntó sin rodeos. Pensé muchas palabras que no lograron salir: pensé que su remera a rayas le quedaba hermosa y que su pantalón vaquero era demasiado grande para él. Se me ocurrió que su hermano mayor se lo había prestado. Tenía los ojos inmensos, el flequillo bien cortado y me regaló una sonrisa al escuchar mi respuesta. Después de tremenda confesión no tenía mucho más que decir. Él creo que se aburrió y se fue corriendo al escuchar a otros chicos que lo llamaban desde la plaza de la esquina. Me quedé con mi margarita mustia, con los pétalos ennegrecidos por el agua sucia de la zanja.

Pasaron los años y entré a la universidad de arquitectura.Me gustaba pensar los espacios, dibujar hasta altas horas de la noche y hacer maquetas. Mi madre me ayudaba con algunas cuando regresaba del trabajo. Me gustaba ese momento en silencio con ella, y trataba de no estropearlo usando mi don. Una noche, próxima a graduarme volvió del trabajo y se sentó en la cocina cabizbaja. Hacía tiempo que no hacíamos maquetas juntas. Ese día entendí que la vejez es un tipo de cansancio. Le pregunté por su día, le serví un café caliente y lo apoyé delante de ella esperando a que sorbiera. Me miró a los ojos y la abracé fuerte, despidiéndome.

Me quedé con la casa de mi madre y le hice varias reformas.Las ventanas eran inmensas y entraba mucha luz. Me gustaba sobre todo, la luz de la tarde, los sillones de pana tibio, y leer revistas de arquitectura sin prisa. En el jardín hice un patio inmenso con pérgola y todo. Le puse unas flores blancas que hacían una
enredadera tupida. Después me enamoré de la fotografía y me la pasaba sacando
fotos extrañas, recuperando detalles que sin el lente parecerían inexistentes.
Quería armar un álbum de pequeños espacios, seres vivientes olvidados, caras en
la multitud. Revivir aquella materialidad escondida ante las trascendentes
expectativas que ponían las personas en lo no material, en lo inalcanzable, y
vivir allí.

Mi primera exposición de fotografía me llegó por sorpresa.Me sentía pletórica en la sala de exposiciones del centro cultural. Me saludaban y me felicitaban mientras yo sonreía sin poder decir nada interesante. La felicidad nunca es interesante. De pronto, se me acercó un hombre joven, de pelo brillante, ojos inmensos y me saludó con familiaridad. Me quedé mirándolo unos segundos, y me dijo su nombre. Hubiera querido dejar la sala de exposiciones y sentarme en alguna vereda con zanja de agua sucia,contarle que su camisa negra era elegante, que los pantalones le quedaban
perfectos y sobre todas las cosas, confesarle que tendría muchos años por
delante de buena salud. Como aquella vez no logré decirle nada más que gracias
pero se quedó a mi lado, mirando una de mis fotografías con admiración.

Patricia Bustelo
Octubre 2011

lunes, 3 de octubre de 2011

Quién

Quién me cubrirá de hojas cuando esté muerta

Quién me pensará, discreto, sin apuro, cuando esté muerta

Quién recogerá las partes de mí, hará una manta sin fin, cubrirá mis objetos amados

Quién caminará mis calles, verá el mundo desde mis ojos, cuando esté muerta

Quién se sonreirá

Quién tejerá los telares de mi memoria en mi nombre

Cuando no esté, quiero vivir en los espacios vedados, en las conversaciones a puerta cerrada, y vibrar en la música de la tierra, resonando, hondo, y profundo como fui, sin reparos, sin límites porque cuando me muera, la música no debe dejar de sonar


Patricia Bustelo
Octubre2011