patito

miércoles, 29 de junio de 2011

DEVENIR

Descubrí que mordía la manzana con cierta indiferencia mientras yo no hacía más que intentar buscar las palabras exactas, tratando de explicarle. Me desconcentraba el procedimiento prolijo, meticuloso y me metía en su inercia. Probé callando. El silencio no cambió nada en absoluto. Sería la última vez, pero los finales siempre son diferentes. Los mordiscos se sucedían sin cesar. Comencé a llorar. La habitación tenía esa luz de la tarde que se va yendo y podía ver algunas sombras en las paredes que hacían de almas de los objetos, fantasmas inmensos por momentos, haciéndome llorar aún más. Pensé que si me movía, me ponía el abrigo y me iba sería igual. Lo hice.

En la calle, la gente apretaba sus bufandas contra la garganta, fumaba, iba ligero hacia su vida. Mis pasos eran tan pesados, casi no podía levantar los pies del suelo. Frente a la parada del autobús encontré a un chico vendiendo flores. Comprè un ramito de flores blancas. Las florecitas apretujadas por un hilo que de tan tenso parecía asfixiarlas. El viento frío me rozaba la nariz y las orejas que tenía momificadas. Al acercarse el autobús a la parada, las florecitas pedían salir y escapar. Las imaginé volando como palomas, como si los pétalos pudieran aletear. Corté el hilo con decisión y las dejé ir.